Perfil de Díaz Bessone, el superministro de la dictadura es juzgado por sus crímenes
Por Gabriela Juvenal (gjuvenal@miradasalsur.com) Fue uno de los arquitectos del terrorismo de estado, ordenó asesinatos y fue el artífice de un delirante proyecto para perpetuar el régimen militar. Ahora deberá responder por sus acciones.
Terminaba el invierno de 1975 cuando el general de brigada, Ramón Genaro Díaz Bessone, asumía como nuevo comandante del Segundo Cuerpo del Ejército. Dos semanas antes había sido hallado en Rosario el cadáver del mayor del Ejército, Julio Larrabure, con síntomas de estrangulamiento. Era 9 de septiembre. Rodeado por el entonces jefe del Ejército, Jorge Rafael Videla, y los ministros de gobierno de Isabel Perón, Díaz Bessone expresaba sus palabras de honor ante un público uniformado que lo escuchaba atentamente en la plaza de armas del Batallón 121. “Desde este momento me constituyo en el único responsable de las acciones de esta gran unidad de batalla; recalco bien, de las acciones, porque el Cuerpo de Ejército Segundo no tendrá omisiones. Cumplirá su misión. Esta responsabilidad no será jamás delegada ni compartida.” El general no tardaría en hacer cumplir sus promesas. Pasaron cuatro meses, y ya era denunciado por la desaparición y muerte de Daniel Gorosito, un militante del ERP, secuestrado por un grupo de tareas que dependía directamente de él. Entrada la dictadura, en Santa Fe ya funcionaban ocho centros clandestinos. Díaz Bessone trabajaba codo a codo con quien era jefe de la policía de Rosario desde el 8 de abril, Agustín Feced, cuyo cargo también lo había ocupado durante los gobiernos de Onganía, Levingston y Lanusse. Feced solía visitar con frecuencia el Servicio de Informaciones de la Unidad Regional II, el principal centro clandestino de esa ciudad, ubicado en las calles San Lorenzo y Borrego, Rosario, entre 1976 y 1979. En el subsuelo de esa mazmorra –por donde pasarían 1.800 detenidos, de los cuales 350 fueron desaparecidos– se torturaba, violaba, asesinaba y desaparecía.
El miércoles pasado, una porción de esos casos empezó a ser juzgado. La causa, que desde 1984 se la conoció con el nombre de Feced –que murió impune– y que tenía como coimputado a otro genocida que también murió impune, Leopoldo Galtieri, presenta a seis hombres en el banquillo. Entre ellos, quien ahora lleva el nombre en su carátula: Díaz Bessone, el máximo responsable que queda en vida. Ya en la sala del Tribunal Federal Oral 2, apenas ingresaron los periodistas a tomar fotografías, los policías José Rubén Lo Fiego –más conocido como El Ciego o Menguele –, Mario Alfredo Marcote, Ramón Rito Vergara, José Carlos Antonio Scortecchini y el civil Ricardo Miguel Chomicky cubrieron sus rostros con sus manos y abrigos. Chomicky, que no fue acusado por el equipo jurídico de Hijos de esa filial, fue un civil que ingresó al centro de detención en donde fue bestialmente torturado y terminó como colaborador de los represores. Díaz Bessone, en cambio, fiel a su convicción, se mantuvo desafiante con la frente en alto como en los viejos tiempos.
El ideólgo del litoral. Nacido el 27 de octubre de 1925 en la ciudad de San Rafael, provincia de Mendoza, Díaz Bessone fue uno de los que ideó el plan sistemático de exterminio en las seis provincias del litoral que comandaba como jefe del Segundo Cuerpo. Había sido nombrado el 8 de septiembre de 1975, cargo que ocuparía hasta octubre de 1976, cuando en el sur de la provincia de Santa Fe ya había 300 desaparecidos. Bajo su dominio, ocurrieron los secuestros de Ruth González, Miriam Susana Moro, Cristina Cialceta, Roberto de Vicenzo, Carlos Kruppa, Osvaldo Szeverin, Héctor Vitantonio, por sólo nombrar siete de los 51 casos que se le imputa en este tramo. González fue secuestrada el 19 de julio de 1976 junto a sus dos hijas, Mariana de tres años y Josefina de sólo cinco meses –hoy querellante en la causa– y llevada al Servicio de Informaciones y, luego, a La Calamita. Allí, tras torturarla y violarla la balearon por la espalda, fraguando de modo burdo un enfrentamiento. Con su hermana, Estrella, hicieron lo mismo, mientras que a su marido, Héctor Vitantonio, lo desaparecieron.
Díaz Bessone estuvo un año y un mes comandando aquellos crímenes. Luego, y con la misma dureza, lo haría Galtieri, quien lo sucedería en octubre de ese año. Díaz Bessone enseguida fue nombrado ministro de Planeamiento. En una nota publicada, poco después de asumir, decía: “Interesa dar un nuevo destino a la Nación. Esto es lo que se propone el Proceso de Reorganización Nacional como etapa fundacional de una nueva república”.
El periodista Carlos Del Frade, que investigó como pocos la represión ilegal en Santa Fe –y quien dio cuenta de que Feced no había muerto en 1986 en Formosa como se creía– contó que cuando Díaz Bessone ya estaba en esa cartera, lo recibieron con extrema elegancia en la Bolsa de Comercio. Allí estaba la familia Lagos, propietarios de La Capital , Alberto Gollán de canal 3 y LT 2, el presidente de la Asociación Empresaria y el titular de la Unión Industrial Argentina. Todos ellos le agradecieron por lo que había hecho. Ello da cuenta del nivel de complicidad con el que había contado. Díaz Bessone no hubiera podido ocupar ese cargo, sin haberse desempeñado antes como jefe del Segundo Cuerpo.
Del Frade, que en el inicio del juicio, estuvo acompañando a los familiares y organismos en su libro Quién era Feced , construye la historia de la represión a partir de 1955 con la alianza de las grandes empresas con los sectores estatales. Y lo hace sobre tres personajes: el represor del Cordobazo y luego gerente general de Acindar, Alcides López Aufranc; el ideólogo del aparato represivo en Santa Fe, Díaz Bessone, a quien señala como quien inventó que Larrabure fue asesinado, y Feced, sobre quien cuenta desde cuando le ofrecieron la comandancia de la Triple A, su misión secreta en 1978 en Chile con Pinochet, su rol represivo en Rosario, hasta el disfraz de una muerte que no fue.
Cierto es que Díaz Bessone, en supaso por Planeamiento, intentó jugar al ministro estrella. Eso no le había caído nada bien a José Martínez de Hoz. Tanto es así que en 1977 tal conflicto terminaría con su eyección.
“No desconozco que fui un protagonista, modesto casi siempre, más importante algunas veces, en muchos hechos relevantes que han ocurrido en la Argentina, durante los últimos 40 años. Naturalmente, viví todo el proceso revolucionario”, dice en la introducción de su libro Guerra Revolucionaria en la Argentina , cuya obra fue publicada en el Círculo Militar en 1988, del cual fue presidente hasta el año 2000. Dos años antes, el general Martín Balza hacía públicas sus declaraciones de autocrítica sobre lo sucedido en dictadura. Dijo: “Quien da órdenes inmorales o el que obedece a órdenes inmorales es delincuente”. Esa frase había causado un enorme revuelo en el Círculo Militar. Y Díaz Bessone no tardó en expulsarlo. En 2003, la periodista francesa Marie-Monique Robin logró entrevistarlo para su obra Escuadrones de la muerte . La escuela francesa. En esa ocasión, Díaz Bessone le decía que los militares argentinos habían aprendido técnicas contrainsurgentes de sus colegas franceses. Que en el país fueron asesinados unas 7.000 personas. Y que no los habían fusilado por temor a una condena del Papa. Sin pestañar, Díaz Bessone también se preguntaba: “¿Cómo puede sacar información si usted no lo aprieta, si no lo tortura?”. Toda una declaración de principios.
Recién ahora, Díaz Bessone comienza a ser juzgado. A partir de agosto declararán 200 testigos por los 91 casos que se juzgan, entre ellos, 17 asesinatos. Se trata de una causa emblemática que contiene numerosos nombres de represores, cientos de testimonios, registros de detenidos y de NN, fotos de cadáveres y fichas de guardias. Una causa que no pudo juzgar a sus dos máximos responsables por haber fallecido. Pero en ella está presente Díaz Bessone, quien a lo largo de las últimas décadas seguramente pensó haber esquivado las culpas de la Historia.
Terminaba el invierno de 1975 cuando el general de brigada, Ramón Genaro Díaz Bessone, asumía como nuevo comandante del Segundo Cuerpo del Ejército. Dos semanas antes había sido hallado en Rosario el cadáver del mayor del Ejército, Julio Larrabure, con síntomas de estrangulamiento. Era 9 de septiembre. Rodeado por el entonces jefe del Ejército, Jorge Rafael Videla, y los ministros de gobierno de Isabel Perón, Díaz Bessone expresaba sus palabras de honor ante un público uniformado que lo escuchaba atentamente en la plaza de armas del Batallón 121. “Desde este momento me constituyo en el único responsable de las acciones de esta gran unidad de batalla; recalco bien, de las acciones, porque el Cuerpo de Ejército Segundo no tendrá omisiones. Cumplirá su misión. Esta responsabilidad no será jamás delegada ni compartida.” El general no tardaría en hacer cumplir sus promesas. Pasaron cuatro meses, y ya era denunciado por la desaparición y muerte de Daniel Gorosito, un militante del ERP, secuestrado por un grupo de tareas que dependía directamente de él. Entrada la dictadura, en Santa Fe ya funcionaban ocho centros clandestinos. Díaz Bessone trabajaba codo a codo con quien era jefe de la policía de Rosario desde el 8 de abril, Agustín Feced, cuyo cargo también lo había ocupado durante los gobiernos de Onganía, Levingston y Lanusse. Feced solía visitar con frecuencia el Servicio de Informaciones de la Unidad Regional II, el principal centro clandestino de esa ciudad, ubicado en las calles San Lorenzo y Borrego, Rosario, entre 1976 y 1979. En el subsuelo de esa mazmorra –por donde pasarían 1.800 detenidos, de los cuales 350 fueron desaparecidos– se torturaba, violaba, asesinaba y desaparecía.
El miércoles pasado, una porción de esos casos empezó a ser juzgado. La causa, que desde 1984 se la conoció con el nombre de Feced –que murió impune– y que tenía como coimputado a otro genocida que también murió impune, Leopoldo Galtieri, presenta a seis hombres en el banquillo. Entre ellos, quien ahora lleva el nombre en su carátula: Díaz Bessone, el máximo responsable que queda en vida. Ya en la sala del Tribunal Federal Oral 2, apenas ingresaron los periodistas a tomar fotografías, los policías José Rubén Lo Fiego –más conocido como El Ciego o Menguele –, Mario Alfredo Marcote, Ramón Rito Vergara, José Carlos Antonio Scortecchini y el civil Ricardo Miguel Chomicky cubrieron sus rostros con sus manos y abrigos. Chomicky, que no fue acusado por el equipo jurídico de Hijos de esa filial, fue un civil que ingresó al centro de detención en donde fue bestialmente torturado y terminó como colaborador de los represores. Díaz Bessone, en cambio, fiel a su convicción, se mantuvo desafiante con la frente en alto como en los viejos tiempos.
El ideólgo del litoral. Nacido el 27 de octubre de 1925 en la ciudad de San Rafael, provincia de Mendoza, Díaz Bessone fue uno de los que ideó el plan sistemático de exterminio en las seis provincias del litoral que comandaba como jefe del Segundo Cuerpo. Había sido nombrado el 8 de septiembre de 1975, cargo que ocuparía hasta octubre de 1976, cuando en el sur de la provincia de Santa Fe ya había 300 desaparecidos. Bajo su dominio, ocurrieron los secuestros de Ruth González, Miriam Susana Moro, Cristina Cialceta, Roberto de Vicenzo, Carlos Kruppa, Osvaldo Szeverin, Héctor Vitantonio, por sólo nombrar siete de los 51 casos que se le imputa en este tramo. González fue secuestrada el 19 de julio de 1976 junto a sus dos hijas, Mariana de tres años y Josefina de sólo cinco meses –hoy querellante en la causa– y llevada al Servicio de Informaciones y, luego, a La Calamita. Allí, tras torturarla y violarla la balearon por la espalda, fraguando de modo burdo un enfrentamiento. Con su hermana, Estrella, hicieron lo mismo, mientras que a su marido, Héctor Vitantonio, lo desaparecieron.
Díaz Bessone estuvo un año y un mes comandando aquellos crímenes. Luego, y con la misma dureza, lo haría Galtieri, quien lo sucedería en octubre de ese año. Díaz Bessone enseguida fue nombrado ministro de Planeamiento. En una nota publicada, poco después de asumir, decía: “Interesa dar un nuevo destino a la Nación. Esto es lo que se propone el Proceso de Reorganización Nacional como etapa fundacional de una nueva república”.
El periodista Carlos Del Frade, que investigó como pocos la represión ilegal en Santa Fe –y quien dio cuenta de que Feced no había muerto en 1986 en Formosa como se creía– contó que cuando Díaz Bessone ya estaba en esa cartera, lo recibieron con extrema elegancia en la Bolsa de Comercio. Allí estaba la familia Lagos, propietarios de La Capital , Alberto Gollán de canal 3 y LT 2, el presidente de la Asociación Empresaria y el titular de la Unión Industrial Argentina. Todos ellos le agradecieron por lo que había hecho. Ello da cuenta del nivel de complicidad con el que había contado. Díaz Bessone no hubiera podido ocupar ese cargo, sin haberse desempeñado antes como jefe del Segundo Cuerpo.
Del Frade, que en el inicio del juicio, estuvo acompañando a los familiares y organismos en su libro Quién era Feced , construye la historia de la represión a partir de 1955 con la alianza de las grandes empresas con los sectores estatales. Y lo hace sobre tres personajes: el represor del Cordobazo y luego gerente general de Acindar, Alcides López Aufranc; el ideólogo del aparato represivo en Santa Fe, Díaz Bessone, a quien señala como quien inventó que Larrabure fue asesinado, y Feced, sobre quien cuenta desde cuando le ofrecieron la comandancia de la Triple A, su misión secreta en 1978 en Chile con Pinochet, su rol represivo en Rosario, hasta el disfraz de una muerte que no fue.
Cierto es que Díaz Bessone, en supaso por Planeamiento, intentó jugar al ministro estrella. Eso no le había caído nada bien a José Martínez de Hoz. Tanto es así que en 1977 tal conflicto terminaría con su eyección.
“No desconozco que fui un protagonista, modesto casi siempre, más importante algunas veces, en muchos hechos relevantes que han ocurrido en la Argentina, durante los últimos 40 años. Naturalmente, viví todo el proceso revolucionario”, dice en la introducción de su libro Guerra Revolucionaria en la Argentina , cuya obra fue publicada en el Círculo Militar en 1988, del cual fue presidente hasta el año 2000. Dos años antes, el general Martín Balza hacía públicas sus declaraciones de autocrítica sobre lo sucedido en dictadura. Dijo: “Quien da órdenes inmorales o el que obedece a órdenes inmorales es delincuente”. Esa frase había causado un enorme revuelo en el Círculo Militar. Y Díaz Bessone no tardó en expulsarlo. En 2003, la periodista francesa Marie-Monique Robin logró entrevistarlo para su obra Escuadrones de la muerte . La escuela francesa. En esa ocasión, Díaz Bessone le decía que los militares argentinos habían aprendido técnicas contrainsurgentes de sus colegas franceses. Que en el país fueron asesinados unas 7.000 personas. Y que no los habían fusilado por temor a una condena del Papa. Sin pestañar, Díaz Bessone también se preguntaba: “¿Cómo puede sacar información si usted no lo aprieta, si no lo tortura?”. Toda una declaración de principios.
Recién ahora, Díaz Bessone comienza a ser juzgado. A partir de agosto declararán 200 testigos por los 91 casos que se juzgan, entre ellos, 17 asesinatos. Se trata de una causa emblemática que contiene numerosos nombres de represores, cientos de testimonios, registros de detenidos y de NN, fotos de cadáveres y fichas de guardias. Una causa que no pudo juzgar a sus dos máximos responsables por haber fallecido. Pero en ella está presente Díaz Bessone, quien a lo largo de las últimas décadas seguramente pensó haber esquivado las culpas de la Historia.