Juicio Guerrieri-Amelong: Jornada 12

Dos nuevos testimonios brindados este martes, en el marco del primer juicio a los represores de la dictadura en Rosario, aportaron valiosos datos sobre el funcionamiento del centro clandestino de detención conocido como la Calamita, uno de los cinco campos de concentración que forman parte del circuito represivo que integra la causa Guerieri-Amelong. Adriana Quarana y María Luisa Rubinelli precisaron cómo fueron secuestradas e interrogadas por la patota del ejército y señalaron varios de los apodos de sus captores. El testimonio de Rubinelli pareció encajar como una pieza de rompecabezas con los anteriores de Stella Buna y María Amelia González. Además declaró el periodista de Rosario 12, Juan Carlos Tiziani y el ex intendente de Funes, Juan Miguez.

El primero de los testigos en declarar este martes fue Juan Carlos Tizziani, periodista de Rosario 12, que muñido de un grabador reprodujo el audio de una entrevista realizada a con Carlos Laluf (ya fallecido), padre del desaparecido de la Quinta de Funes, Carlos Rodolfo Laluf.
En el relato que Tizziani reprodujo de Laluf padre –quien fuera presidente de la Comisión de Familiares de Presos Políticos desde la dictadura de Agustín Lanusse, primera vez que fue apresado su hijo–, se escucharon fragmentos de la dura historia familiar, entre ellos: el del día en que los padres del desparecido de la Quinta de Funes recibieron, de la mano de un extraño emisario, a su nieto con una carta de Carlos Rodolfo que decía que “con ellos estaría más seguro el nene”; y el relato del asesinato de la hija del matrimonio –hermana del desaparecido– quien junto a su pareja fue acribillada en su casa de Córdoba por otra patota de la dictadura, en agosto de 1977.

Tizziani también leyó algunas cartas enviadas por Carlos Rodolfo a sus padres y presentó además dos entrevistas realizadas a otros familiares de víctimas de la Quinta de Funes, todas oriundas de Santa Fe –ciudad de la que también es originario el periodista–. Uno de los reportajes fue con la madre de Marta María Benassi de Laluf –también desaparecida de la Quinta de Funes–, y el otro con Cecilia Nazábal, esposa del desaparecido Fernando Dante Dussex y querellante en la causa. El cronista se no pudo ocultar su emoción, tanto al leer las cartas como al reproducir el audio del padre de Laluf, y se mostró muy respetuoso al traer al presente “las palabras de los que ya no están”.

El tribunal Oral llamó después a la testigo Adriana Quaranta, ex militante de la Juventud Universitaria Peronista. Quaranta primero recordó una situación que vivió como auxiliar de la Fiscalía Federal N º 2 de Rosario antes de ser secuestrada, en abril de 1977, similar a la que pasó el también ex detenido Rafael Bielsa.

Por esos días su jefe, el fiscal Pedro Tiscornia, la llama y le dice que “tiene renunciar”. Quaranta relató que su jefe como no le dio “ninguna explicación”, se dirigió a la Cámara Federal de Rosario. Allí Celestino Araya le repitió varias veces que renuncie porque de otra manera no “podía garantizar su vida”. Quaranta contó al tribunal que pidió varias veces explicaciones y que Araya le respondió que no le podía informar pero que “hay listas y nombres”; tras lo cual Adriana aceptó la idea y renunció.

Adrian contó que en julio del mismo año se encontró a un ex compañero de la Fiscalía que le pregunta por Bielsa y que le dice que “hace una semana que está desaparecido”. A los pocos días, en el momento que estaba entrando a la casa de la familia de su amiga Graciela Zita, es abordada por un grupo de hombres, encapuchada, esposada y posteriormente trasladada a un centro de detención y torturas en las afueras de Rosario, junto a su amiga Graciela y la hermana Susana.
En el cetro de detención la interrogan preguntandolé siempre por las actividades de Graciela Zita y Rafael Bielsa. Allí escucha también, al igual que las hermanas Zita, a Rafael Bielsa cantando una canción. Finalmente, luego de cuatro días de secuestro, la dejan a una cuadra de la estación de colectivos de Rosario.

Una vez en libertad se dirige con su padre que “fue toda la vida secretario del tribunal federal” a su ex trabajo, donde se encuentra a la entonces Defensora Oficial Laura Inés Cosidoy, quien le recomienda que se presente en la Sede del Comando del Segundo Cuerpo de Ejército, lugar en el que actualmente se ubica el bar Rock and Fellers.

Luego del receso del mediodía el juicio continuó con el testimonio del ex intendente de Funes, Juan Miguez. El testigo declaró en carácter de vecino de la localidad y pudo recordar que en aquella época “había rumores” de que las quintas el Fortín, La Española, y la Quinta de Funes eran utilizados como centros clandestinos de detención, y que “en esos años había una notoria presencia de gran cantidad militares en Funes”. Miguez también comentó que fue muy comentado por aquellos días el secuestro de una chica que vivía en Funes, Ana María Gurmendi –otra de las desaparecidas en la Quinta de Funes–.

El último de los testimonios de este martes lo ofreció María Luisa Rubinelli, quien durante los setenta también había estado cercana de la Juventud Universitaria Peronista. María Luisa fue secuestrada el 28 de febrero de 1977 junto a su marido, Aníbal Artemio Mocarbel, en su domicilio – de calle Ituzaingó 71– por unos seis hombres que saquearon su casa y se los llevaron vendados y esposados a un centro de detención y torturas en las afueras de la ciudad, tal cual consignaron varios de los testimonios que la precedieron.

Durante su cautiverio, María Luisa escuchó los apodos de “Sebastián, Jacinto, Armando, Puma, Mario, y un médico de nombre Alejandro”. También oyó los detenidos “María y Miguel”. Además María Luisa recordó haber estado recluida en una habitación con otras dos detenidas: María Amelia González y a otra mujer joven de la que no recordó el nombre –pero que a esta altura del juicio varios tienen la certeza que se trataría de Stella Buna–.

La descripción que realizó Rubinelli del baño al que era llevada, coincide en gran medida con los realizados por Buna y González. María Luisa recordó que en una oportunidad, uno de los que la había llevado a orinar, la deja ver por una de las dos puertas del baño y logra ver a su marido “tirado en un colchón, vendado y esposado y a otros hombres en la misma condición”. La testigo también contó que tuvo el lamentable privilegio de escuchar los interrogatorios perpetrados contra su marido.

Rubinelli indicó que estuvo unos treinta y ocho días detenida en ese lugar hasta que le dijeron que la van a liberar, que “cometieron un error con ella”. Cuando preguntó a sus captores por el marido, los militares le contestaron que lo iban a tener por un tiempo más. Finalmente la dejan cerca de una parada de colectivos del barrio Fisherton.

De su compañero Aníbal Artemio Mocarbel, “a pesar de haber realizado numerosas presentaciones en organismos nacionales e internacionales”, nunca supo nada más.





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